Cuando
el estudiante de medicina Richard Bracquemont decidió
ocupar la habitación número siete del pequeño hotel Stevens,
situado en el número 6 de la rue Alfred Stevens, tres
personas se
habían ahorcado
en esa misma
habitación colgándose del dintel de la ventana en tres viernes
sucesivos.
El primero
era un viajante de comercio suizo. Su
cuerpo no se encontró hasta la tarde
del domingo; pero el médico dedujo
que su muerte debió
de haberse producido entre
las cinco y las seis de la tarde del viernes. El cuerpo colgaba
de un robusto gancho hincado en el dintel de la ventana, que
normalmente
se utilizaba para colgar
ropa. La ventana estaba cerrada. El muerto había utilizado el cordón
de la cortina. Como la ventana era bastante
baja, sus piernas arrastraban por el suelo casi hasta las rodillas.
El suicida debió de desarrollar, por tanto, una considerable fuerza
de voluntad para llevar a cabo su propósito. Se comprobó además
que estaba casado y que era padre de cuatro niños, así como que se
encontraba en una situación completamente desahogada y segura y que
era de talante jovial
y estaba casi permanentemente satisfecho. No se encontró ningún
escrito que pudiera tener relación con el suicidio, ni testamento
alguno. Tampoco había hecho jamás
manifestación alguna en ese
sentido a ninguno de sus conocidos.
El segundo caso no era muy diferente. El artista Karl Krause, empleado como equilibrista sobre bicicleta en el cercano circo Medrano, alquiló la habitación número 7 dos días más tarde. Al no comparecer el siguiente viernes para su actuación, el director envió al hotel a un acomodador, que se lo encontró colgado del dintel de la ventana, exactamente en las mismas circunstancias (la habitación no había sido cerrada por dentro). Este suicidio no parecía menos misterioso: a sus veinticinco años, el prestigioso artista recibía un buen sueldo y parecía disfrutar plenamente de la vida. Una vez más no apareció nada escrito, ningún tipo de manifestación alusiva al caso. Dejaba a una anciana madre, a la que acostumbraba enviar puntualmente los primeros días de cada mes trescientos marcos para su manutención. Para la señora Dubonnet, propietaria del pequeño y barato hotel, cuya clientela estaba formada casi exclusivamente por miembros de los cercanos espectáculos de variedades de Montmartre, esta extraña segunda muerte en la misma habitación tuvo consecuencias ciertamente desagradables. Algunos de sus clientes abandonaron el hotel y otros huéspedes habituales regresaron. En vista de ello, acudió al comisario del distrito IX, al que conocía bien, el cual le prometió hacer cuanto estuviera en su mano para ayudarla. Así pues, no sólo prosiguió las investigaciones, tratando de averiguar con especial celo las razones de los suicidios de ambos huéspedes, sino que puso a su disposición a un oficial que se alojó en la misteriosa habitación.
El segundo caso no era muy diferente. El artista Karl Krause, empleado como equilibrista sobre bicicleta en el cercano circo Medrano, alquiló la habitación número 7 dos días más tarde. Al no comparecer el siguiente viernes para su actuación, el director envió al hotel a un acomodador, que se lo encontró colgado del dintel de la ventana, exactamente en las mismas circunstancias (la habitación no había sido cerrada por dentro). Este suicidio no parecía menos misterioso: a sus veinticinco años, el prestigioso artista recibía un buen sueldo y parecía disfrutar plenamente de la vida. Una vez más no apareció nada escrito, ningún tipo de manifestación alusiva al caso. Dejaba a una anciana madre, a la que acostumbraba enviar puntualmente los primeros días de cada mes trescientos marcos para su manutención. Para la señora Dubonnet, propietaria del pequeño y barato hotel, cuya clientela estaba formada casi exclusivamente por miembros de los cercanos espectáculos de variedades de Montmartre, esta extraña segunda muerte en la misma habitación tuvo consecuencias ciertamente desagradables. Algunos de sus clientes abandonaron el hotel y otros huéspedes habituales regresaron. En vista de ello, acudió al comisario del distrito IX, al que conocía bien, el cual le prometió hacer cuanto estuviera en su mano para ayudarla. Así pues, no sólo prosiguió las investigaciones, tratando de averiguar con especial celo las razones de los suicidios de ambos huéspedes, sino que puso a su disposición a un oficial que se alojó en la misteriosa habitación.
- Clasifica morfológicamente las palabras subrayadas (análisis completo de las formas verbales).
- Analiza las siguientes oraciones:2.1. El primero era un viajante de comercio suizo.2.2. Su cuerpo se encontró la tarde del domingo.2.3. No se encontró ningún escrito relacionado con el suicidio.2.4. El director del circo envió al hotel a un acomodador.2.5. Este suicidio no parecía menos misterioso.2.6. El hotel fue abandonado por algunos clientes.
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