ANTOLOGÍA
POÉTICA
|
Soledades,
galerías y otros poemas
1
He
andado muchos caminos,
he abierto muchas veredas,
he navegado en cien mares
y atracado en cien riberas.
En todas partes he visto
caravanas de tristeza,
soberbios y melancòlicos
borrachos de sombra negra,
y pedantones al paño
que miran, callan y piensan
que saben, porque no beben
el vino de las tabernas.
Mala gente que camina
y va apestando la tierra...
Y en todas partes he visto
gentes que danzan o juegan
cuando pueden, y laboran
sus cuatro palmos de tierra.
Nunca, si llegan a un sitio,
preguntan adónde llegan.
Cuando caminan, cabalgan
a lomos de mula vieja,
y no conocen la prisa
ni aun en los días de fiesta.
Donde hay vino, beben vino;
donde no hay vino, agua fresca
Son buenas gentes que viven,
laboran, pasan y sueñan,
y en un día como tantos
descansan bajo la tierra.
he abierto muchas veredas,
he navegado en cien mares
y atracado en cien riberas.
En todas partes he visto
caravanas de tristeza,
soberbios y melancòlicos
borrachos de sombra negra,
y pedantones al paño
que miran, callan y piensan
que saben, porque no beben
el vino de las tabernas.
Mala gente que camina
y va apestando la tierra...
Y en todas partes he visto
gentes que danzan o juegan
cuando pueden, y laboran
sus cuatro palmos de tierra.
Nunca, si llegan a un sitio,
preguntan adónde llegan.
Cuando caminan, cabalgan
a lomos de mula vieja,
y no conocen la prisa
ni aun en los días de fiesta.
Donde hay vino, beben vino;
donde no hay vino, agua fresca
Son buenas gentes que viven,
laboran, pasan y sueñan,
y en un día como tantos
descansan bajo la tierra.
********************
2
RECUERDO
INFANTIL
Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de lluvia tras los cristales.
Es la clase. En un cartel
se representa a Caín
fugitivo, y muerto Abel,
junto a una mancha carmín.
Con timbre sonoro y hueco
truena el maestro, un anciano
mal vestido, enjuto y seco,
que lleva un libro en la mano.
Y todo un coro infantil
va cantando la lección:
mil veces ciento, cien mil;
mil veces mil, un millón.
Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de la lluvia en los cristales.
Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de lluvia tras los cristales.
Es la clase. En un cartel
se representa a Caín
fugitivo, y muerto Abel,
junto a una mancha carmín.
Con timbre sonoro y hueco
truena el maestro, un anciano
mal vestido, enjuto y seco,
que lleva un libro en la mano.
Y todo un coro infantil
va cantando la lección:
mil veces ciento, cien mil;
mil veces mil, un millón.
Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de la lluvia en los cristales.
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3
Fue
una clara tarde, triste y soñolienta
tarde de verano. La hiedra asomaba
al muro del parque, negra y polvorienta...
tarde de verano. La hiedra asomaba
al muro del parque, negra y polvorienta...
La
fuente sonaba.
Rechinó en la vieja cancela mi llave;
con agrio ruido abriose la puerta
de hierro mohoso y, al cerrarse, grave
golpeó el silencio de la tarde muerta.
En el solitario parque, la sonora
copia borbollante del agua cantora
me guio a la fuente. La fuente vertía
sobre el blanco mármol su monotonía.
Rechinó en la vieja cancela mi llave;
con agrio ruido abriose la puerta
de hierro mohoso y, al cerrarse, grave
golpeó el silencio de la tarde muerta.
En el solitario parque, la sonora
copia borbollante del agua cantora
me guio a la fuente. La fuente vertía
sobre el blanco mármol su monotonía.
La
fuente cantaba: ¿Te recuerda, hermano,
un sueño lejano mi canto
presente?
Fue una tarde lenta del lento verano.
Fue una tarde lenta del lento verano.
Respondí
a la fuente:
No recuerdo, hermana,
mas sé que tu copla presente es lejana.
No recuerdo, hermana,
mas sé que tu copla presente es lejana.
Fue
esta misma tarde: mi cristal vertía
como hoy sobre el mármol su monotonía.
¿Recuerdas, hermano?... Los mirtos talares,
que ves, sombreaban los claros cantares
que escuchas. Del rubio color de la llama,
el fruto maduro pendía en la rama,
lo mismo que ahora. ¿Recuerdas, hermano?...
Fue esta misma lenta tarde de verano.
como hoy sobre el mármol su monotonía.
¿Recuerdas, hermano?... Los mirtos talares,
que ves, sombreaban los claros cantares
que escuchas. Del rubio color de la llama,
el fruto maduro pendía en la rama,
lo mismo que ahora. ¿Recuerdas, hermano?...
Fue esta misma lenta tarde de verano.
—No
sé qué me dice tu copla riente
de ensueños lejanos, hermana la fuente.
de ensueños lejanos, hermana la fuente.
Yo
sé que tu claro cristal de alegría
ya supo del árbol la fruta bermeja;
yo sé que es lejana la amargura mía
que sueña en la tarde de verano vieja.
ya supo del árbol la fruta bermeja;
yo sé que es lejana la amargura mía
que sueña en la tarde de verano vieja.
Yo
sé que tus bellos espejos cantores
copiaron antiguos delirios de amores:
mas cuéntame, fuente de lengua encantada,
cuéntame mi alegre leyenda olvidada.
copiaron antiguos delirios de amores:
mas cuéntame, fuente de lengua encantada,
cuéntame mi alegre leyenda olvidada.
—Yo
no sé leyendas de antigua alegría,
sino historias viejas de melancolía.
sino historias viejas de melancolía.
Fue
una clara tarde del lento verano...
Tú venías solo con tu pena, hermano;
tus labios besaron mi linfa serena,
y en la clara tarde dijeron tu pena.
Tú venías solo con tu pena, hermano;
tus labios besaron mi linfa serena,
y en la clara tarde dijeron tu pena.
Dijeron
tu pena tus labios que ardían;
la sed que ahora tienen, entonces tenían.
la sed que ahora tienen, entonces tenían.
—Adiós
para siempre la fuente sonora,
del parque dormido eterna cantora.
Adiós para siempre; tu monotonía,
fuente, es más amarga que la pena mía.
del parque dormido eterna cantora.
Adiós para siempre; tu monotonía,
fuente, es más amarga que la pena mía.
Rechinó
en la vieja cancela mi llave;
con agrio ruïdo abriose la puerta
de hierro mohoso y, al cerrarse, grave
sonó en el silencio de la tarde muerta.
con agrio ruïdo abriose la puerta
de hierro mohoso y, al cerrarse, grave
sonó en el silencio de la tarde muerta.
********************
4
ORILLAS
DEL DUERO
Se
ha asomado una cigüeña a lo alto del campanario.
Girando en torno a la torre y al caserón solitario,
ya las golondrinas chillan. Pasaron del blanco invierno,
de nevascas y ventiscas los crudos soplos de infierno.
Girando en torno a la torre y al caserón solitario,
ya las golondrinas chillan. Pasaron del blanco invierno,
de nevascas y ventiscas los crudos soplos de infierno.
Es
una tibia mañana.
El sol calienta un poquito la pobre tierra soriana.
El sol calienta un poquito la pobre tierra soriana.
Pasados
los verdes pinos,
casi azules, primavera
se ve brotar en los finos
chopos de la carretera
y del río. El Duero corre, terso y mudo, mansamente.
El campo parece, más que joven, adolescente.
casi azules, primavera
se ve brotar en los finos
chopos de la carretera
y del río. El Duero corre, terso y mudo, mansamente.
El campo parece, más que joven, adolescente.
Entre
las hierbas alguna humilde flor ha nacido,
azul o blanca. ¡Belleza del campo apenas florido,
y mística primavera!
azul o blanca. ¡Belleza del campo apenas florido,
y mística primavera!
¡Chopos
del camino blanco, álamos de la ribera,
espuma de la montaña
ante la azul lejanía,
sol del día, claro día!
¡Hermosa tierra de España!
espuma de la montaña
ante la azul lejanía,
sol del día, claro día!
¡Hermosa tierra de España!
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5
Yo
voy soñando caminos
de la tarde. ¡Las colinas
doradas, los verdes pinos,
las polvorientas encinas!...
de la tarde. ¡Las colinas
doradas, los verdes pinos,
las polvorientas encinas!...
¿Adónde
el camino irá?
Yo voy cantando, viajero,
a lo largo del sendero...
—La tarde cayendo está—.
Yo voy cantando, viajero,
a lo largo del sendero...
—La tarde cayendo está—.
“En
el corazón tenía
la espina de una pasión;
logré arrancármela un día;
ya no siento el corazón”.
la espina de una pasión;
logré arrancármela un día;
ya no siento el corazón”.
Y
todo el campo un momento
se queda, mudo y sombrío,
meditando. Suena el viento
en los álamos del río.
se queda, mudo y sombrío,
meditando. Suena el viento
en los álamos del río.
La
tarde más se oscurece;
y el camino se serpea
y débilmente blanquea,
se enturbia y desaparece.
y el camino se serpea
y débilmente blanquea,
se enturbia y desaparece.
Mi
cantar vuelve a plañir:
“Aguda espina dorada,
quién te volviera a sentir
en el corazón clavada”.
“Aguda espina dorada,
quién te volviera a sentir
en el corazón clavada”.
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6
Daba
el reloj las doce... y eran doce
golpes
de azada en tierra...
—
¡Mi
hora! ...—grité. El silencio
me
respondió: —No temas;
tú
no verás caer la última gota
que
en la clepsidra tiembla.
Dormirás
muchas horas todavía
sobre
la orilla vieja,
y
encontrarás una mañana pura
amarrada
tu barca a otra ribera.
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7
El
sol es un globo de fuego,
la luna es un disco morado.
Una blanca paloma se posa
en el alto ciprés centenario.
Los cuadros de mirtos parecen
de marchito velludo empolvado.
¡El jardín y la tarde tranquila!...
Suena el agua en la fuente de mármol.
la luna es un disco morado.
Una blanca paloma se posa
en el alto ciprés centenario.
Los cuadros de mirtos parecen
de marchito velludo empolvado.
¡El jardín y la tarde tranquila!...
Suena el agua en la fuente de mármol.
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8
Las
ascuas de un crepúsculo morado
detrás del negro cipresal humean...
En la glorieta en sombra está la fuente
con su alado y desnudo Amor de piedra,
que sueña mudo. En la marmórea taza
reposa el agua muerta.
detrás del negro cipresal humean...
En la glorieta en sombra está la fuente
con su alado y desnudo Amor de piedra,
que sueña mudo. En la marmórea taza
reposa el agua muerta.
********************
9
Al
borde del sendero un día nos sentamos.
Ya
nuestra vida es tiempo, y nuestra sola cuita
son
las desesperantes posturas que tomamos
para
aguardar... Mas Ella no faltará a la cita.
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10
La
tarde caía
triste
y polvorienta.
El
agua cantaba
su
copla plebeya
en
los cangilones
de
la noria lenta.
Soñaba
la mula,
¡pobre
mula vieja!,
al
compás de la sombra
que
en el agua suena.
La
tarde caía
triste
y polvorienta.
Yo
no sé qué noble,
divino
poeta,
unió
a la amargura
de
la eterna rueda
la
dulce armonía
del
agua que sueña,
y
vendó tus ojos,
¡pobre
mula vieja!...
Mas
sé que fue un noble,
divino
poeta,
corazón
maduro
de
sombra y de ciencia.
********************
11
LAS
MOSCAS
Vosotras,
las familiares,
inevitables
golosas;
vosotras,
moscas vulgares,
me
evocáis todas las cosas.
¡Oh,
viejas moscas voraces
como
abejas en abril,
viejas
moscas pertinaces
sobre
mi calva infantil!
¡Moscas
del primer hastío
en
el salón familiar,
las
claras tardes de estío
en
que yo empecé a soñar!
Y
en la aborrecida escuela,
raudas
moscas divertidas,
perseguidas
por
amor de lo que vuela,
—que
todo es volar—, sonoras,
rebotando
en los cristales
en
los días otoñales...
Moscas
de todas las horas,
de
infancia y adolescencia,
de
mi juventud dorada;
de
esta segunda inocencia,
que
da en no creer en nada;
de
siempre... Moscas vulgares,
que
de puro familiares
no
tendréis digno cantor:
yo
sé que os habéis posado
sobre
el juguete encantado,
sobre
el librote cerrado,
sobre
la carta de amor,
sobre
los párpados yertos
de
los muertos.
Inevitables
golosas,
que
ni labráis como abejas
ni
brilláis cual mariposas;
pequeñitas,
revoltosas,
vosotras,
amigas viejas,
me
evocáis todas las cosas.
********************
12
LOS
SUEÑOS MALOS
Está
la plaza sombría;
muere
el día.
Suenan
lejos las campanas.
De
balcones y ventanas
se
iluminan las vidrieras,
con
reflejos mortecinos,
como
huesos blanquecinos
y
borrosas calaveras.
En
toda la tarde brilla
una
luz de pesadilla.
Está
el sol en el ocaso.
Suena
el eco de mi paso.
—¿Eres
tú? Ya te esperaba...
—No
eras tú a quien yo buscaba.
********************
13
HASTÍO
Pasan
las horas de hastío
por
la estancia familiar,
el
amplio cuarto sombrío
donde
yo empecé a soñar.
Del
reloj arrinconado,
que
en la penumbra clarea,
el
tic-tac acompasado
odiosamente
golpea.
Dice
la monotonía
del
agua clara al caer:
un
día es como otro día;
hoy
es lo mismo que ayer.
Cae
la tarde. El viento agita
el
parque mustio y dorado...
¡Qué
largamente ha llorado
toda
la fronda marchita!
********************
14
Sonaba
el reloj la una,
dentro
de mi cuarto. Era
triste
la noche. La luna,
reluciente
calavera,
ya
del cenit declinando,
iba
del ciprés del huerto
fríamente
iluminando
el
alto ramaje yerto.
Por
la entreabierta ventana
llegaban
a mis oídos
metálicos
alaridos
de
una música lejana.
Una
música tristona,
una
mazurca olvidada,
entre
inocente y burlona,
mal
tañida y mal soplada.
Y
yo sentí el estupor
del
alma cuando bosteza
el
corazón, la cabeza,
y...
morirse es lo mejor.
********************
15
Anoche
cuando dormía
soñé,
¡bendita ilusión!,
que
una fontana fluía
dentro
de mi corazón.
Di,
¿por qué acequia escondida,
agua,
vienes hasta mí,
manantial
de nueva vida
en
donde nunca bebí?
Anoche
cuando dormía
soñé,
¡bendita ilusión!,
que
una colmena tenía
dentro
de mi corazón;
y
las doradas abejas
iban
fabricando en él,
con
las amarguras viejas,
blanca
cera y dulce miel.
Anoche
cuando dormía
soñé,
¡bendita ilusión!,
que
un sol ardiente lucía
dentro
de mi corazón.
Era
ardiente porque daba
calores
de rojo hogar,
y
era sol porque alumbraba
y
porque hacía llorar.
Anoche
cuando dormía
soñé,
¡bendita ilusión!,
que
era Dios lo que tenía
dentro
de mi corazón.
********************
16
Es
una tarde cenicienta y mustia,
destartalada,
como el alma mía;
y
es esta vieja angustia
que
habita mi usual hipocondría.
La
causa de esta angustia no consigo
ni
vagamente comprender siquiera;
pero
recuerdo y, recordando, digo:
-Si,
yo era niño, y tú, mi compañera.
*
Y
no es verdad, dolor, yo te conozco,
tú
eres nostalgia de la vida buena
y
soledad de corazón sombrío,
de
barco sin naufragio y sin estrella.
Como
perro olvidado que no tiene
huella
ni olfato y yerra
por
los caminos, sin camino, como
el
niño que, en la noche de una fiesta,
se
pierde entre el gentío
y
el aire polvoriento y las candelas
chispeantes,
atónito, y asombra
su
corazón de música y de pena,
así
voy yo, borracho melancólico,
guitarrista
lunático, poeta,
y
pobre hombre en sueños,
siempre
buscando a Dios entre la niebla.
********************
17
¿Y
ha de morir contigo el mundo mago
donde guarda el recuerdo
los hálitos más puros de la vida,
la blanca sombra del amor primero,
la voz que fue a tu corazón, la mano
que tú querías retener en sueños,
y todos los amores
que llegaron al alma, al hondo cielo?
¿Y ha de morir contigo el mundo tuyo,
la vieja vida en orden tuyo y nuevo?
¿Los yunques y crisoles de tu alma
trabajan para el polvo y para el viento?
donde guarda el recuerdo
los hálitos más puros de la vida,
la blanca sombra del amor primero,
la voz que fue a tu corazón, la mano
que tú querías retener en sueños,
y todos los amores
que llegaron al alma, al hondo cielo?
¿Y ha de morir contigo el mundo tuyo,
la vieja vida en orden tuyo y nuevo?
¿Los yunques y crisoles de tu alma
trabajan para el polvo y para el viento?
********************
18
La
primavera besaba
suavemente la arboleda,
y el verde nuevo brotaba
como una verde humareda.
Las nubes iban pasando
sobre el campo juvenil...
Yo vi en las hojas temblando
las frescas lluvias de abril. Bajo ese almendro florido,
todo cargado de flor
—recordé—, yo he maldecido
mi juventud sin amor.
Hoy, en mitad de la vida,
me he parado a meditar...
¡Juventud nunca vivida,
quién te volviera a soñar!
suavemente la arboleda,
y el verde nuevo brotaba
como una verde humareda.
Las nubes iban pasando
sobre el campo juvenil...
Yo vi en las hojas temblando
las frescas lluvias de abril. Bajo ese almendro florido,
todo cargado de flor
—recordé—, yo he maldecido
mi juventud sin amor.
Hoy, en mitad de la vida,
me he parado a meditar...
¡Juventud nunca vivida,
quién te volviera a soñar!
********************
19
RENACIMIENTO
Galerías
del alma... ¡El alma niña!
Su
clara luz risueña;
y
la pequeña historia,
y
la alegría de la vida nueva...
¡Ah,
volver a nacer, y andar camino,
ya
recobrada la perdida senda!
Y
volver a sentir en nuestra mano,
aquel
latido de la mano buena
de
nuestra madre... Y caminar en sueños
por
amor de la mano que nos lleva.
*
En
nuestras almas todo
por
misteriosa mano se gobierna.
Incomprensibles,
mudas,
nada
sabemos de las almas nuestras.
Las
más hondas palabras
del
sabio nos enseñan
lo
que el silbar del viento cuando sopla,
o
el sonar de las aguas cuando ruedan.
********************
Campos
de Castilla
20
RETRATO
Mi
infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,
y
un huerto claro donde madura el limonero;
mi
juventud, veinte años en tierras de Castilla;
mi
historia, algunos casos que recordar no quiero.
Ni
un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido
—ya
conocéis mi torpe aliño indumentario—,
más
recibí la flecha que me asignó Cupido,
y
amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario.
Hay
en mis venas gotas de sangre jacobina,
pero
mi verso brota de manantial sereno;
y,
más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen
sentido de la palabra, bueno.
Adoro
la hermosura, y en la moderna estética
corté
las viejas rosas del huerto de Ronsard;
mas
no amo los afeites de la actual cosmética,
ni
soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.
Desdeño
las romanzas de los tenores huecos
y
el coro de los grillos que cantan a la luna.
A
distinguir me paro las voces de los ecos,
y
escucho solamente, entre las voces, una.
¿Soy
clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera
mi
verso, como deja el capitán su espada:
famosa
por la mano viril que la blandiera,
no
por el docto oficio del forjador preciada.
Converso
con el hombre que siempre va conmigo
-quien
habla solo espera hablar a Dios un día-;
mi
soliloquio es plática con ese buen amigo
que
me enseñó el secreto de la filantropía.
Y
al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.
A mi trabajo
acudo, con mi dinero pago
el
traje que me cubre y la mansión que habito,
el
pan que me alimenta y el lecho en donde yago.
Y
cuando llegue el día del último vïaje,
y
esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me
encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi
desnudo, como los hijos de la mar.
********************
21
A
ORILLAS DEL DUERO
Mediaba
el mes de julio. Era un hermoso día.
Yo, solo, por las quiebras del pedregal subía,
buscando los recodos de sombra, lentamente.
A trechos me paraba para enjugar mi frente
y dar algún respiro al pecho jadeante;
o bien, ahincando el paso, el cuerpo hacia adelante
y hacia la mano diestra vencido y apoyado
en un bastón, a guisa de pastoril cayado,
trepaba por los cerros que habitan las rapaces
aves de altura, hollando las hierbas montaraces
de fuerte olor —romero, tomillo, salvia, espliego—.
Sobre los agrios campos caía un sol de fuego.
Un buitre de anchas alas con majestuoso vuelo
cruzaba solitario el puro azul del cielo.
Yo divisaba, lejos, un monte alto y agudo,
y una redonda loma cual recamado escudo,
y cárdenos alcores sobre la parda tierra
—harapos esparcidos de un viejo arnés de guerra—,
las serrezuelas calvas por donde tuerce el Duero
para formar la corva ballesta de un arquero
en torno a Soria. —Soria es una barbacana,
hacia Aragón, que tiene la torre castellana—.
Veía el horizonte cerrado por colinas
obscuras, coronadas de robles y de encinas;
desnudos peñascales, algún humilde prado
donde el merino pace y el toro, arrodillado
sobre la hierba, rumia; las márgenes del río
lucir sus verdes álamos al claro sol de estío,
y, silenciosamente, lejanos pasajeros,
¡tan diminutos! —carros, jinetes y arrieros—
cruzar el largo puente, y bajo las arcadas
de piedra ensombrecerse las aguas plateadas
del Duero.
El Duero cruza el corazón de roble
de Iberia y de Castilla.
¡Oh, tierra triste y noble,
la de los altos llanos y yermos y roquedas,
de campos sin arados, regatos ni arboledas;
decrépitas ciudades, caminos sin mesones,
y atónitos palurdos sin danzas ni canciones
que aun van, abandonando el mortecino hogar,
como tus largos ríos, Castilla, hacia la mar!
Castilla miserable, ayer dominadora,
envuelta en sus andrajos desprecia cuanto ignora.
¿Espera, duerme o sueña? ¿La sangre derramada
recuerda, cuando tuvo la fiebre de la espada?
Todo se mueve, fluye, discurre, corre o gira;
cambian la mar y el monte y el ojo que los mira.
¿Pasó? Sobre sus campos aún el fantasma yerra
de un pueblo que ponía a Dios sobre la guerra.
La madre en otro tiempo fecunda en capitanes
madrastra es hoy apenas de humildes ganapanes.
Castilla no es aquella tan generosa un día,
cuando Myo Cid Rodrigo el de Vivar volvía,
ufano de su nueva fortuna y su opulencia,
a regalar a Alfonso los huertos de Valencia;
o que, tras la aventura que acreditó sus bríos,
pedía la conquista de los inmensos ríos
indianos a la corte, la madre de soldados,
guerreros y adalides que han de tornar, cargados
de plata y oro, a España, en regios galeones,
para la presa cuervos, para la lid leones.
Filósofos nutridos de sopa de convento
contemplan impasibles el amplio firmamento;
y si les llega en sueños, como un rumor distante,
clamor de mercaderes de muelles de Levante,
no acudirán siquiera a preguntar ¿qué pasa?
Y ya la guerra ha abierto las puertas de su casa.
Castilla miserable, ayer dominadora,
Yo, solo, por las quiebras del pedregal subía,
buscando los recodos de sombra, lentamente.
A trechos me paraba para enjugar mi frente
y dar algún respiro al pecho jadeante;
o bien, ahincando el paso, el cuerpo hacia adelante
y hacia la mano diestra vencido y apoyado
en un bastón, a guisa de pastoril cayado,
trepaba por los cerros que habitan las rapaces
aves de altura, hollando las hierbas montaraces
de fuerte olor —romero, tomillo, salvia, espliego—.
Sobre los agrios campos caía un sol de fuego.
Un buitre de anchas alas con majestuoso vuelo
cruzaba solitario el puro azul del cielo.
Yo divisaba, lejos, un monte alto y agudo,
y una redonda loma cual recamado escudo,
y cárdenos alcores sobre la parda tierra
—harapos esparcidos de un viejo arnés de guerra—,
las serrezuelas calvas por donde tuerce el Duero
para formar la corva ballesta de un arquero
en torno a Soria. —Soria es una barbacana,
hacia Aragón, que tiene la torre castellana—.
Veía el horizonte cerrado por colinas
obscuras, coronadas de robles y de encinas;
desnudos peñascales, algún humilde prado
donde el merino pace y el toro, arrodillado
sobre la hierba, rumia; las márgenes del río
lucir sus verdes álamos al claro sol de estío,
y, silenciosamente, lejanos pasajeros,
¡tan diminutos! —carros, jinetes y arrieros—
cruzar el largo puente, y bajo las arcadas
de piedra ensombrecerse las aguas plateadas
del Duero.
El Duero cruza el corazón de roble
de Iberia y de Castilla.
¡Oh, tierra triste y noble,
la de los altos llanos y yermos y roquedas,
de campos sin arados, regatos ni arboledas;
decrépitas ciudades, caminos sin mesones,
y atónitos palurdos sin danzas ni canciones
que aun van, abandonando el mortecino hogar,
como tus largos ríos, Castilla, hacia la mar!
Castilla miserable, ayer dominadora,
envuelta en sus andrajos desprecia cuanto ignora.
¿Espera, duerme o sueña? ¿La sangre derramada
recuerda, cuando tuvo la fiebre de la espada?
Todo se mueve, fluye, discurre, corre o gira;
cambian la mar y el monte y el ojo que los mira.
¿Pasó? Sobre sus campos aún el fantasma yerra
de un pueblo que ponía a Dios sobre la guerra.
La madre en otro tiempo fecunda en capitanes
madrastra es hoy apenas de humildes ganapanes.
Castilla no es aquella tan generosa un día,
cuando Myo Cid Rodrigo el de Vivar volvía,
ufano de su nueva fortuna y su opulencia,
a regalar a Alfonso los huertos de Valencia;
o que, tras la aventura que acreditó sus bríos,
pedía la conquista de los inmensos ríos
indianos a la corte, la madre de soldados,
guerreros y adalides que han de tornar, cargados
de plata y oro, a España, en regios galeones,
para la presa cuervos, para la lid leones.
Filósofos nutridos de sopa de convento
contemplan impasibles el amplio firmamento;
y si les llega en sueños, como un rumor distante,
clamor de mercaderes de muelles de Levante,
no acudirán siquiera a preguntar ¿qué pasa?
Y ya la guerra ha abierto las puertas de su casa.
Castilla miserable, ayer dominadora,
envuelta
en sus harapos desprecia cuanto ignora.
El sol va declinando. De la ciudad lejana
me llega un armonioso tañido de campana
—ya irán a su rosario las enlutadas viejas—.
De entre las peñas salen dos lindas comadrejas;
me miran y se alejan, huyendo, y aparecen
de nuevo ¡tan curiosas!... Los campos se obscurecen.
Hacia el camino blanco está el mesón abierto
al campo ensombrecido y al pedregal desierto.
El sol va declinando. De la ciudad lejana
me llega un armonioso tañido de campana
—ya irán a su rosario las enlutadas viejas—.
De entre las peñas salen dos lindas comadrejas;
me miran y se alejan, huyendo, y aparecen
de nuevo ¡tan curiosas!... Los campos se obscurecen.
Hacia el camino blanco está el mesón abierto
al campo ensombrecido y al pedregal desierto.
********************
22
POR
TIERRAS DE ESPAÑA
El
hombre de estos campos que incendia los pinares
y su despojo aguarda como botín de guerra,
antaño hubo raído los negros encinares,
talado los robustos robledos de la sierra.
Hoy ve a sus pobres hijos huyendo de sus lares;
la tempestad llevarse los limos de la tierra
por los sagrados ríos hacia los anchos mares;
y en páramos malditos trabaja, sufre y yerra.
Es hijo de una estirpe de rudos caminantes,
pastores que conducen sus hordas de merinos
a Extremadura fértil, rebaños trashumantes
que mancha el polvo y dora el sol de los caminos.
Pequeño, ágil, sufrido, los ojos de hombre astuto,
hundidos, recelosos, movibles; y trazadas
cual arco de ballesta, en el semblante enjuto
de pómulos salientes, las cejas muy pobladas.
Abunda el hombre malo del campo y de la aldea,
capaz de insanos vicios y crímenes bestiales,
que bajo el pardo sayo esconde un alma fea,
esclava de los siete pecados capitales.
Los ojos siempre turbios de envidia o de tristeza,
guarda su presa y llora la que el vecino alcanza;
ni para su infortunio ni goza su riqueza;
le hieren y acongojan fortuna y malandanza.
El numen de estos campos es sanguinario y fiero:
al declinar la tarde, sobre el remoto alcor,
veréis agigantarse la forma de un arquero,
la forma de un inmenso centauro flechador.
Veréis llanuras bélicas y páramos de asceta —no fue por estos campos el bíblico jardín—:
son tierras para el águila, un trozo de planeta
por donde cruza errante la sombra de Caín.
y su despojo aguarda como botín de guerra,
antaño hubo raído los negros encinares,
talado los robustos robledos de la sierra.
Hoy ve a sus pobres hijos huyendo de sus lares;
la tempestad llevarse los limos de la tierra
por los sagrados ríos hacia los anchos mares;
y en páramos malditos trabaja, sufre y yerra.
Es hijo de una estirpe de rudos caminantes,
pastores que conducen sus hordas de merinos
a Extremadura fértil, rebaños trashumantes
que mancha el polvo y dora el sol de los caminos.
Pequeño, ágil, sufrido, los ojos de hombre astuto,
hundidos, recelosos, movibles; y trazadas
cual arco de ballesta, en el semblante enjuto
de pómulos salientes, las cejas muy pobladas.
Abunda el hombre malo del campo y de la aldea,
capaz de insanos vicios y crímenes bestiales,
que bajo el pardo sayo esconde un alma fea,
esclava de los siete pecados capitales.
Los ojos siempre turbios de envidia o de tristeza,
guarda su presa y llora la que el vecino alcanza;
ni para su infortunio ni goza su riqueza;
le hieren y acongojan fortuna y malandanza.
El numen de estos campos es sanguinario y fiero:
al declinar la tarde, sobre el remoto alcor,
veréis agigantarse la forma de un arquero,
la forma de un inmenso centauro flechador.
Veréis llanuras bélicas y páramos de asceta —no fue por estos campos el bíblico jardín—:
son tierras para el águila, un trozo de planeta
por donde cruza errante la sombra de Caín.
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23
EL
DIOS IBERO
Igual
que el ballestero
tahúr de la cantiga,
tuviera una saeta el hombre ibero
para el Señor que apedreó la espiga
y malogró los frutos otoñales,
y un "gloria a ti" para el Señor que grana
centenos y trigales
que el pan bendito le darán mañana.
“Señor de la ruïna,
adoro porque aguardo y porque temo:
con mi oración se inclina
hacia la tierra un corazón blasfemo.
“¡Señor, por quien arranco el pan con pena,
sé tu poder, conozco mi cadena!
¡Oh dueño de la nube del estío
que la campiña arrasa,
del seco otoño, del helar tardío,
y del bochorno que la mies abrasa!
“¡Señor del iris, sobre el campo verde
donde la oveja pace,
Señor del fruto que el gusano muerde
y de la choza que el turbión deshace,
“tu soplo el fuego del hogar aviva,
tu lumbre da sazón al rubio grano,
y cuaja el hueso de la verde oliva,
la noche de San Juan, tu santa mano!
“¡Oh dueño de fortuna y de pobreza,
ventura y malandanza,
que al rico das favores y pereza
y al pobre su fatiga y su esperanza!
“¡Señor, Señor: en la voltaria rueda
del año he visto mi simiente echada,
corriendo igual albur que la moneda
del jugador en el azar sembrada!
“¡Señor, hoy paternal, ayer cruento,
con doble faz de amor y de venganza,
a ti, en un dado de tahúr al viento
va mi oración, blasfemia y alabanza!»
Este que insulta a Dios en los altares,
no más atento al ceño del destino,
también soñó caminos en los mares
y dijo: es Dios sobre la mar camino.
¿No es él quien puso a Dios sobre la guerra
más allá de la suerte,
más allá de la tierra,
más allá de la mar y de la muerte?
¿No dio la encina ibera
para el fuego de Dios la buena rama,
que fue en la santa hoguera
de amor una con Dios en pura llama?
Mas hoy... ¡Qué importa un día!
Para los nuevos lares
estepas hay en la floresta umbría,
leña verde en los viejos encinares.
Aún larga patria espera
abrir al corvo arado sus besanas;
para el grano de Dios hay sementera
bajo cardos y abrojos y bardanas.
¡Qué importa un día! Está el ayer alerto
al mañana, mañana al infinito,
hombres de España, ni el pasado ha muerto,
no está el mañana —ni el ayer— escrito.
¿Quién ha visto la faz al Dios hispano?
Mi corazón aguarda
al hombre ibero de la recia mano,
que tallará en el roble castellano
el Dios adusto de la tierra parda.
tahúr de la cantiga,
tuviera una saeta el hombre ibero
para el Señor que apedreó la espiga
y malogró los frutos otoñales,
y un "gloria a ti" para el Señor que grana
centenos y trigales
que el pan bendito le darán mañana.
“Señor de la ruïna,
adoro porque aguardo y porque temo:
con mi oración se inclina
hacia la tierra un corazón blasfemo.
“¡Señor, por quien arranco el pan con pena,
sé tu poder, conozco mi cadena!
¡Oh dueño de la nube del estío
que la campiña arrasa,
del seco otoño, del helar tardío,
y del bochorno que la mies abrasa!
“¡Señor del iris, sobre el campo verde
donde la oveja pace,
Señor del fruto que el gusano muerde
y de la choza que el turbión deshace,
“tu soplo el fuego del hogar aviva,
tu lumbre da sazón al rubio grano,
y cuaja el hueso de la verde oliva,
la noche de San Juan, tu santa mano!
“¡Oh dueño de fortuna y de pobreza,
ventura y malandanza,
que al rico das favores y pereza
y al pobre su fatiga y su esperanza!
“¡Señor, Señor: en la voltaria rueda
del año he visto mi simiente echada,
corriendo igual albur que la moneda
del jugador en el azar sembrada!
“¡Señor, hoy paternal, ayer cruento,
con doble faz de amor y de venganza,
a ti, en un dado de tahúr al viento
va mi oración, blasfemia y alabanza!»
Este que insulta a Dios en los altares,
no más atento al ceño del destino,
también soñó caminos en los mares
y dijo: es Dios sobre la mar camino.
¿No es él quien puso a Dios sobre la guerra
más allá de la suerte,
más allá de la tierra,
más allá de la mar y de la muerte?
¿No dio la encina ibera
para el fuego de Dios la buena rama,
que fue en la santa hoguera
de amor una con Dios en pura llama?
Mas hoy... ¡Qué importa un día!
Para los nuevos lares
estepas hay en la floresta umbría,
leña verde en los viejos encinares.
Aún larga patria espera
abrir al corvo arado sus besanas;
para el grano de Dios hay sementera
bajo cardos y abrojos y bardanas.
¡Qué importa un día! Está el ayer alerto
al mañana, mañana al infinito,
hombres de España, ni el pasado ha muerto,
no está el mañana —ni el ayer— escrito.
¿Quién ha visto la faz al Dios hispano?
Mi corazón aguarda
al hombre ibero de la recia mano,
que tallará en el roble castellano
el Dios adusto de la tierra parda.
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24
ORILLAS
DEL DUERO
¡Primavera soriana, primavera
humilde, como el sueño de un bendito,
de un pobre caminante que durmiera
de cansancio en un páramo infinito!
¡Campillo amarillento,
como tosco sayal de campesina,
pradera de velludo polvoriento
donde pace la escuálida merina!
¡Aquellos diminutos pegujales
de tierra dura y fría,
donde apuntan centenos y trigales
que el pan moreno nos darán un día!
Y otra vez roca y roca, pedregales
desnudos y pelados serrijones,
la tierra de las águilas caudales,
malezas y jarales,
hierbas monteses, zarzas y cambrones.
¡Oh tierra ingrata y fuerte, tierra mía!
¡Castilla, tus decrépitas ciudades!
¡La agria melancolía
que puebla tus sombrías soledades!
¡Castilla varonil, adusta tierra,
Castilla del desdén contra la suerte,
Castilla del dolor y de la guerra,
tierra inmortal, Castilla de la muerte!
Era una tarde, cuando el campo huía
del sol, y en el asombro del planeta,
como un globo morado aparecía
la hermosa luna, amada del poeta.
En el cárdeno cielo vïoleta
alguna clara estrella fulguraba.
El aire ensombrecido
oreaba mis sienes, y acercaba
el murmullo del agua hasta mi oído.
Entre cerros de plomo y de ceniza
manchados de roídos encinares,
y entre calvas roquedas de caliza,
iba a embestir los ocho tajamares
del puente el padre río,
que surca de Castilla el yermo frío.
¡Oh Duero, tu agua corre
y correrá mientras las nieves blancas
de enero el sol de mayo
haga fluir por hoces y barrancas,
mientras tengan las sierras su turbante
de nieve y de tormenta.
y brille el olifante
del sol, tras de la nube cenicienta!...
¿Y el viejo romancero
fue el sueño de un juglar junto a tu orilla?
¿Acaso como tú y por siempre, Duero,
irá corriendo hacia la mar Castilla?
¡Primavera soriana, primavera
humilde, como el sueño de un bendito,
de un pobre caminante que durmiera
de cansancio en un páramo infinito!
¡Campillo amarillento,
como tosco sayal de campesina,
pradera de velludo polvoriento
donde pace la escuálida merina!
¡Aquellos diminutos pegujales
de tierra dura y fría,
donde apuntan centenos y trigales
que el pan moreno nos darán un día!
Y otra vez roca y roca, pedregales
desnudos y pelados serrijones,
la tierra de las águilas caudales,
malezas y jarales,
hierbas monteses, zarzas y cambrones.
¡Oh tierra ingrata y fuerte, tierra mía!
¡Castilla, tus decrépitas ciudades!
¡La agria melancolía
que puebla tus sombrías soledades!
¡Castilla varonil, adusta tierra,
Castilla del desdén contra la suerte,
Castilla del dolor y de la guerra,
tierra inmortal, Castilla de la muerte!
Era una tarde, cuando el campo huía
del sol, y en el asombro del planeta,
como un globo morado aparecía
la hermosa luna, amada del poeta.
En el cárdeno cielo vïoleta
alguna clara estrella fulguraba.
El aire ensombrecido
oreaba mis sienes, y acercaba
el murmullo del agua hasta mi oído.
Entre cerros de plomo y de ceniza
manchados de roídos encinares,
y entre calvas roquedas de caliza,
iba a embestir los ocho tajamares
del puente el padre río,
que surca de Castilla el yermo frío.
¡Oh Duero, tu agua corre
y correrá mientras las nieves blancas
de enero el sol de mayo
haga fluir por hoces y barrancas,
mientras tengan las sierras su turbante
de nieve y de tormenta.
y brille el olifante
del sol, tras de la nube cenicienta!...
¿Y el viejo romancero
fue el sueño de un juglar junto a tu orilla?
¿Acaso como tú y por siempre, Duero,
irá corriendo hacia la mar Castilla?
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25
CAMPOS
DE SORIA
I
Es la tierra de Soria árida y fría.
Por las colinas y las sierras calvas,
verdes pradillos, cerros cenicientos,
la primavera pasa
dejando entre las hierbas olorosas
sus diminutas margaritas blancas.
La tierra no revive, el campo sueña.
Al empezar abril está nevada
la espalda del Moncayo;
el caminante lleva en su bufanda
envueltos cuello y boca, y los pastores
pasan cubiertos con sus luengas capas.
II
Las tierras labrantías,
como retazos de estameñas pardas,
el huertecillo, el abejar, los trozos
de verde obscuro en que el merino pasta,
entre plomizos peñascales, siembran
el sueño alegre de infantil Arcadia.
En los chopos lejanos del camino,
parecen humear las yertas ramas
como un glauco vapor —las nuevas hojas—
y en las quiebras de valles y barrancas
blanquean los zarzales florecidos,
y brotan las violetas perfumadas.
III
Es el campo undulado, y los caminos
ya ocultan los viajeros que cabalgan
en pardos borriquillos,
ya al fondo de la tarde arrebolada
elevan las plebeyas figurillas,
que el lienzo de oro del ocaso manchan.
Mas si trepáis a un cerro y veis el campo
desde los picos donde habita el águila,
son tornasoles de carmín y acero,
llanos plomizos, lomas plateadas,
circuidos por montes de violeta,
con las cumbres de nieve sonrosado.
IV
¡Las figuras del campo sobre el cielo!
Dos lentos bueyes aran
en un alcor, cuando el otoño empieza,
y entre las negras testas doblegadas
bajo el pesado yugo,
pende un cesto de juncos y retama,
que es la cuna de un niño;
y tras la yunta marcha
un hombre que se inclina hacia la tierra,
y una mujer que en las abiertas zanjas
arroja la semilla.
Bajo una nube de carmín y llama,
en el oro fluido y verdinoso
del poniente, las sombras se agigantan.
V
La nieve. En el mesón al campo abierto
se ve el hogar donde la leña humea
y la olla al hervir borbollonea.
El cierzo corre por el campo yerto,
alborotando en blancos torbellinos
la nieve silenciosa.
La nieve sobre el campo y los caminos,
cayendo está como sobre una fosa.
Un viejo acurrucado tiembla y tose
cerca del fuego; su mechón de lana
la vieja hila, y una niña cose
verde ribete a su estameña grana.
Padres los viejos son de un arriero
que caminó sobre la blanca tierra,
y una noche perdió ruta y sendero,
y se enterró en las nieves de la sierra.
En torno al fuego hay un lugar vacío
y en la frente del viejo, de hosco ceño,
como un tachón sombrío —tal el golpe de un hacha sobre un leño—
La vieja mira al campo, cual si oyera
pasos sobre la nieve. Nadie pasa.
Desierta la vecina carretera,
desierto el campo en torno de la casa.
La niña piensa que en los verdes prados
ha de correr con otras doncellitas
en los días azules y dorados,
cuando crecen las blancas margaritas.
VI
¡Soria fría, Soria pura,
cabeza de Extremadura,
con su castillo guerrero
arruinado, sobre el Duero;
con sus murallas roídas
y sus casas denegridas!
¡Muerta ciudad de señores
soldados o cazadores;
de portales con escudos
de cien linajes hidalgos,
y de famélicos galgos,
de galgos flacos y agudos,
que pululan
por las sórdidas callejas,
y a la medianoche ululan,
cuando graznan las cornejas!
¡Soria fría! La campana
de la Audiencia da la una.
Soria, ciudad castellana
¡tan bella! bajo la luna.
VII
¡Colinas plateadas,
grises alcores, cárdenas roquedas
por donde traza el Duero
su curva de ballesta
en torno a Soria, obscuros encinares,
ariscos pedregales, calvas sierras,
caminos blancos y álamos del río,
tardes de Soria, mística y guerrera,
hoy siento por vosotros, en el fondo
del corazón, tristeza,
tristeza que es amor! ¡Campos de Soria
donde parece que las rocas sueñan,
conmigo vais! ¡Colinas plateadas,
grises alcores, cárdenas roquedas!...
VIII
He vuelto a ver los álamos dorados,
álamos del camino en la ribera
del Duero, entre San Polo y San Saturio,
tras las murallas viejas
de Soria —barbacana
hacia Aragón, en castellana tierra—.
Estos chopos del río, que acompañan
con el sonido de sus hojas secas
el son del agua, cuando el viento sopla,
tienen en sus cortezas
grabadas iniciales que son nombres
de enamorados, cifras que son fechas.
¡Álamos del amor que ayer tuvisteis
de ruiseñores vuestras ramas llenas;
álamos que seréis mañana liras
del viento perfumado en primavera;
álamos del amor cerca del agua
que corre y pasa y sueña,
álamos de las márgenes del Duero,
conmigo vais, mi corazón os lleva!
IX
¡Oh, sí! Conmigo vais, campos de Soria,
tardes tranquilas, montes de violeta,
alamedas del río, verde sueño
del suelo gris y de la parda tierra,
agria melancolía
de la ciudad decrépita.
Me habéis llegado al alma,
¿o acaso estabais en el fondo de ella?
¡Gentes del alto llano numantino
que a Dios guardáis como cristianas viejas,
que el sol de España os llene
de alegría, de luz y de riqueza!
Es la tierra de Soria árida y fría.
Por las colinas y las sierras calvas,
verdes pradillos, cerros cenicientos,
la primavera pasa
dejando entre las hierbas olorosas
sus diminutas margaritas blancas.
La tierra no revive, el campo sueña.
Al empezar abril está nevada
la espalda del Moncayo;
el caminante lleva en su bufanda
envueltos cuello y boca, y los pastores
pasan cubiertos con sus luengas capas.
II
Las tierras labrantías,
como retazos de estameñas pardas,
el huertecillo, el abejar, los trozos
de verde obscuro en que el merino pasta,
entre plomizos peñascales, siembran
el sueño alegre de infantil Arcadia.
En los chopos lejanos del camino,
parecen humear las yertas ramas
como un glauco vapor —las nuevas hojas—
y en las quiebras de valles y barrancas
blanquean los zarzales florecidos,
y brotan las violetas perfumadas.
III
Es el campo undulado, y los caminos
ya ocultan los viajeros que cabalgan
en pardos borriquillos,
ya al fondo de la tarde arrebolada
elevan las plebeyas figurillas,
que el lienzo de oro del ocaso manchan.
Mas si trepáis a un cerro y veis el campo
desde los picos donde habita el águila,
son tornasoles de carmín y acero,
llanos plomizos, lomas plateadas,
circuidos por montes de violeta,
con las cumbres de nieve sonrosado.
IV
¡Las figuras del campo sobre el cielo!
Dos lentos bueyes aran
en un alcor, cuando el otoño empieza,
y entre las negras testas doblegadas
bajo el pesado yugo,
pende un cesto de juncos y retama,
que es la cuna de un niño;
y tras la yunta marcha
un hombre que se inclina hacia la tierra,
y una mujer que en las abiertas zanjas
arroja la semilla.
Bajo una nube de carmín y llama,
en el oro fluido y verdinoso
del poniente, las sombras se agigantan.
V
La nieve. En el mesón al campo abierto
se ve el hogar donde la leña humea
y la olla al hervir borbollonea.
El cierzo corre por el campo yerto,
alborotando en blancos torbellinos
la nieve silenciosa.
La nieve sobre el campo y los caminos,
cayendo está como sobre una fosa.
Un viejo acurrucado tiembla y tose
cerca del fuego; su mechón de lana
la vieja hila, y una niña cose
verde ribete a su estameña grana.
Padres los viejos son de un arriero
que caminó sobre la blanca tierra,
y una noche perdió ruta y sendero,
y se enterró en las nieves de la sierra.
En torno al fuego hay un lugar vacío
y en la frente del viejo, de hosco ceño,
como un tachón sombrío —tal el golpe de un hacha sobre un leño—
La vieja mira al campo, cual si oyera
pasos sobre la nieve. Nadie pasa.
Desierta la vecina carretera,
desierto el campo en torno de la casa.
La niña piensa que en los verdes prados
ha de correr con otras doncellitas
en los días azules y dorados,
cuando crecen las blancas margaritas.
VI
¡Soria fría, Soria pura,
cabeza de Extremadura,
con su castillo guerrero
arruinado, sobre el Duero;
con sus murallas roídas
y sus casas denegridas!
¡Muerta ciudad de señores
soldados o cazadores;
de portales con escudos
de cien linajes hidalgos,
y de famélicos galgos,
de galgos flacos y agudos,
que pululan
por las sórdidas callejas,
y a la medianoche ululan,
cuando graznan las cornejas!
¡Soria fría! La campana
de la Audiencia da la una.
Soria, ciudad castellana
¡tan bella! bajo la luna.
VII
¡Colinas plateadas,
grises alcores, cárdenas roquedas
por donde traza el Duero
su curva de ballesta
en torno a Soria, obscuros encinares,
ariscos pedregales, calvas sierras,
caminos blancos y álamos del río,
tardes de Soria, mística y guerrera,
hoy siento por vosotros, en el fondo
del corazón, tristeza,
tristeza que es amor! ¡Campos de Soria
donde parece que las rocas sueñan,
conmigo vais! ¡Colinas plateadas,
grises alcores, cárdenas roquedas!...
VIII
He vuelto a ver los álamos dorados,
álamos del camino en la ribera
del Duero, entre San Polo y San Saturio,
tras las murallas viejas
de Soria —barbacana
hacia Aragón, en castellana tierra—.
Estos chopos del río, que acompañan
con el sonido de sus hojas secas
el son del agua, cuando el viento sopla,
tienen en sus cortezas
grabadas iniciales que son nombres
de enamorados, cifras que son fechas.
¡Álamos del amor que ayer tuvisteis
de ruiseñores vuestras ramas llenas;
álamos que seréis mañana liras
del viento perfumado en primavera;
álamos del amor cerca del agua
que corre y pasa y sueña,
álamos de las márgenes del Duero,
conmigo vais, mi corazón os lleva!
IX
¡Oh, sí! Conmigo vais, campos de Soria,
tardes tranquilas, montes de violeta,
alamedas del río, verde sueño
del suelo gris y de la parda tierra,
agria melancolía
de la ciudad decrépita.
Me habéis llegado al alma,
¿o acaso estabais en el fondo de ella?
¡Gentes del alto llano numantino
que a Dios guardáis como cristianas viejas,
que el sol de España os llene
de alegría, de luz y de riqueza!
********************
26
A
UN OLMO SECO
Al olmo viejo, podrido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo
algunas hojas verdes le han salido.
¡El olmo centenario en la colina
que lame el Duero! Un musgo amarillento
le mancha la corteza blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento.
No será, cual los álamos cantores
que guardan el camino y la ribera,
habitado de pardos ruiseñores.
Ejército de hormigas en hilera
va trepando por él, y en sus entrañas
urden sus telas grises las arañas.
Antes que te derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que rojo en el hogar, mañana,
ardas, de alguna mísera caseta,
al borde de un camino;
antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.
Al olmo viejo, podrido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo
algunas hojas verdes le han salido.
¡El olmo centenario en la colina
que lame el Duero! Un musgo amarillento
le mancha la corteza blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento.
No será, cual los álamos cantores
que guardan el camino y la ribera,
habitado de pardos ruiseñores.
Ejército de hormigas en hilera
va trepando por él, y en sus entrañas
urden sus telas grises las arañas.
Antes que te derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que rojo en el hogar, mañana,
ardas, de alguna mísera caseta,
al borde de un camino;
antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.
********************
27
CAMINOS
De
la ciudad moruna
tras las murallas viejas,
yo contemplo la tarde silenciosa,
a solas con mi sombra y con mi pena.
tras las murallas viejas,
yo contemplo la tarde silenciosa,
a solas con mi sombra y con mi pena.
El
río va corriendo,
entre sombrías huertas
y grises olivares,
por los alegres campos de Baeza
entre sombrías huertas
y grises olivares,
por los alegres campos de Baeza
Tienen
las vides pámpanos dorados
sobre las rojas cepas.
Guadalquivir, como un alfanje roto
y disperso, reluce y espejea.
sobre las rojas cepas.
Guadalquivir, como un alfanje roto
y disperso, reluce y espejea.
Lejos,
los montes duermen
envueltos en la niebla,
niebla de otoño, maternal; descansan
las rudas moles de su ser de piedra
en esta tibia tarde de noviembre,
tarde piadosa, cárdena y violeta.
envueltos en la niebla,
niebla de otoño, maternal; descansan
las rudas moles de su ser de piedra
en esta tibia tarde de noviembre,
tarde piadosa, cárdena y violeta.
El
viento ha sacudido
los mustios olmos de la carretera,
levantando en rosados torbellinos
el polvo de la tierra.
La luna está subiendo
amoratada, jadeante y llena.
los mustios olmos de la carretera,
levantando en rosados torbellinos
el polvo de la tierra.
La luna está subiendo
amoratada, jadeante y llena.
Los
caminitos blancos
se cruzan y se alejan,
buscando los dispersos caseríos
del valle y de la sierra.
Caminos de los campos...
¡Ay, ya, no puedo caminar con ella!
se cruzan y se alejan,
buscando los dispersos caseríos
del valle y de la sierra.
Caminos de los campos...
¡Ay, ya, no puedo caminar con ella!
********************
28
Señor,
ya me arrancaste lo que yo más quería.
Oye
otra vez, Dios mío, mi corazón clamar.
Tu
voluntad se hizo, Señor, contra la mía.
Señor,
ya estamos solos mi corazón y el mar.
********************
29
Allá,
en las tierras altas,
por
donde traza el Duero
su
curva de ballesta
en
torno a Soria, entre plomizos cerros
y
manchas de raídos encinares,
mi
corazón está vagando en sueños…
¿No
ves, Leonor, los álamos del río
con
sus ramajes yertos?
Mira
el Moncayo azul y blanco; dame
tu
mano y paseemos.
Por
estos campos de la tierra mía,
bordados
de olivares polvorientos,
voy
caminando solo,
triste,
cansado, pensativo y viejo.
********************
30
Soñé
que tú me llevabas
por una blanca vereda,
en medio del campo verde,
hacia el azul de las sierras,
hacia los montes azules,
una mañana serena.
por una blanca vereda,
en medio del campo verde,
hacia el azul de las sierras,
hacia los montes azules,
una mañana serena.
Sentí
tu mano en la mía,
tu mano de compañera,
tu voz de niña en mi oído
como una campana nueva,
como una campana virgen
de un alba de primavera.
tu mano de compañera,
tu voz de niña en mi oído
como una campana nueva,
como una campana virgen
de un alba de primavera.
¡Eran
tu voz y tu mano,
en sueños, tan verdaderas!...
en sueños, tan verdaderas!...
Vive,
esperanza, ¡quién sabe
lo que se traga la tierra!
lo que se traga la tierra!
********************
31
Una
noche de verano
—estaba
abierto el balcón
y
la puerta de mi casa—
la
muerte en mi casa entró.
Se
fue acercando a su lecho
—ni
siquiera me miró—,
con
unos dedos muy finos,
algo
muy tenue rompió.
Silenciosa
y sin mirarme,
la
muerte otra vez pasó
delante
de mí. ¿Qué has hecho?
La
muerte no respondió.
Mi
niña quedó tranquila,
dolido
mi corazón,
¡Ay,
lo que la muerte ha roto
era
un hilo entre los dos!.
********************
32
En
estos campos de la tierra mía,
y
extranjero en los campos de mi tierra
—yo
tuve patria donde corre el Duero
por
entre grises peñas,
y
fantasmas de viejos encinares,
allá
en Castilla, mística y guerrera,
Castilla
la gentil, humilde y brava,
Castilla
del desdén y de la fuerza—,
en
estos campos de mi Andalucía,
¡oh
tierra en que nací!, cantar quisiera.
Tengo
recuerdos de mi infancia, tengo
imágenes
de luz y de palmeras,
y
en una gloria de oro,
de
lueñes campanarios con cigüeñas,
de
ciudades con calles sin mujeres
bajo
un cielo de añil, plazas desiertas
donde
crecen naranjos encendidos
con
sus frutas redondas y bermejas;
y
en un huerto sombrío, el limonero
de
ramas polvorientas
y
pálidos limones amarillos,
que
el agua clara de la fuente espeja,
un
aroma de nardos y claveles
y
un fuerte olor de albahaca y hierbabuena,
imágenes
de grises olivares
bajo
un tórrido sol que aturde y ciega,
y
azules y dispersas serranías
con
arreboles de una tarde inmensa;
mas
falta el hilo que el recuerdo anuda
al
corazón, el ancla en su ribera,
o
estas memorias no son alma. Tienen,
en
sus abigarradas vestimentas,
señal
de ser despojos del recuerdo,
la
carga bruta que el recuerdo lleva.
Un
día tornarán, con luz del fondo ungidos,
los
cuerpos virginales a la orilla vieja.
Lora
del Río. 4 de abril de 1913.
********************
33
LA
SAETA
¿Quién
me presta una escalera
para
subir al madero,
para
quitarle los clavos
a
Jesús el Nazareno?
Saeta
popular
¡Oh,
la saeta, el cantar
al Cristo de los gitanos,
siempre con sangre en las manos,
siempre por desenclavar!
¡Cantar del pueblo andaluz,
que todas las primaveras
anda pidiendo escaleras
para subir a la cruz!
¡Cantar de la tierra mía,
que echa flores
al Jesús de la agonía,
y es la fe de mis mayores!
¡Oh, no eres tú mi cantar!
¡No puedo cantar, ni quiero
a ese Jesús del madero,
sino al que anduvo en el mar!
al Cristo de los gitanos,
siempre con sangre en las manos,
siempre por desenclavar!
¡Cantar del pueblo andaluz,
que todas las primaveras
anda pidiendo escaleras
para subir a la cruz!
¡Cantar de la tierra mía,
que echa flores
al Jesús de la agonía,
y es la fe de mis mayores!
¡Oh, no eres tú mi cantar!
¡No puedo cantar, ni quiero
a ese Jesús del madero,
sino al que anduvo en el mar!
********************
34
DEL
PASADO EFÍMERO
Este
hombre del casino provinciano
que
vio a Carancha recibir un día,
tiene
mustia la tez, el pelo cano,
ojos
velados por melancolía;
bajo
el bigote gris, labios de hastío,
y
una triste expresión, que no es tristeza,
sino
algo más y menos: el vacío
del
mundo en la oquedad de su cabeza.
Aún
luce de corinto terciopelo
chaqueta
y pantalón abotinado,
y
un cordobés color de caramelo,
pulido
y torneado.
Tres
veces heredó; tres ha perdido
al
monte su caudal: dos ha enviudado.
Sólo
se anima ante el azar prohibido,
sobre
el verde tapete reclinado,
o
al evocar la tarde de un torero,
la
suerte de un tahúr, o si alguien cuenta
la
hazaña de un gallardo bandolero,
o
la proeza de un matón, sangrienta.
Bosteza
de política banales
dicterios
al gobierno reaccionario,
y
augura que vendrán los liberales,
cual
torna la cigüeña al campanario.
Un
poco labrador, del cielo aguarda
y
al cielo teme; alguna vez suspira,
pensando
en su olivar, y al cielo mira
con
ojo inquieto, si la lluvia tarda.
Lo
demás, taciturno, hipocondríaco,
prisionero
en la Arcadia del presente,
le
aburre; sólo el humo del tabaco
simula
algunas sombras en su frente.
Este
hombre no es de ayer ni es de mañana,
sino
de nunca; de la cepa hispana
no
es el fruto maduro ni podrido,
es
una fruta vana
de
aquella España que pasó y no ha sido,
esa
que hoy tiene la cabeza cana.
********************
35
EL
MAÑANA EFÍMERO
La
España de charanga y pandereta,
cerrado
y sacristía,
devota
de Frascuelo y de María,
de
espíritu burlón y de alma quieta,
ha
de tener su mármol y su día,
su
infalible mañana y su poeta.
El vano ayer engendrará un mañana
vacío
y ¡por ventura! pasajero.
Será
un joven lechuzo y tarambana,
un
sayón con hechuras de bolero,
a
la moda de Francia realista,
un
poco al uso de París pagano,
y
al estilo de España especialista
en
el vicio al alcance de la mano.
Esa
España inferior que ora y bosteza,
vieja
y tahúr, zaragatera y triste;
esa
España inferior que ora y embiste,
cuando
se digna usar de la cabeza,
aún
tendrá luengo parto de varones
amantes
de sagradas tradiciones
y
de sagradas formas y maneras;
florecerán
las barbas apostólicas,
y
otras calvas en otras calaveras
brillarán,
venerables y católicas.
El
vano ayer engendrará un mañana
vacío
y ¡por ventura! pasajero,
la
sombra de un lechuzo tarambana,
de
un sayón con hechuras de bolero;
el
vacuo ayer dará un mañana huero.
Como
la náusea de un borracho ahíto
de
vino malo, un rojo sol corona
de
heces turbias las cumbres de granito;
hay
un mañana estomagante escrito
en
la tarde pragmática y dulzona.
Mas
otra España nace,
la
España del cincel y de la maza,
con
esa eterna juventud que se hace
del
pasado macizo de la raza.
Una
España implacable y redentora,
España
que alborea
con
un hacha en la mano vengadora,
España
de la rabia y de la idea.
1913
***************
36
PROVERBIOS
Y CANTARES
I
Nunca
perseguí la gloria
ni dejar en la memoria
de los hombres mi canción;
yo amo los mundos sutiles,
ingrávidos y gentiles
como pompas de jabón.
Me gusta verlos pintarse
de sol y grana, volar
bajo el cielo azul, temblar
súbitamente y quebrarse.
ni dejar en la memoria
de los hombres mi canción;
yo amo los mundos sutiles,
ingrávidos y gentiles
como pompas de jabón.
Me gusta verlos pintarse
de sol y grana, volar
bajo el cielo azul, temblar
súbitamente y quebrarse.
II
¿Para
qué llamar caminos
a los surcos del azar?...
Todo el que camina anda,
como Jesús, sobre el mar.
a los surcos del azar?...
Todo el que camina anda,
como Jesús, sobre el mar.
IV
Nuestras
horas son minutos
cuando esperamos saber,
y siglos cuando sabemos
lo que se puede aprender.
cuando esperamos saber,
y siglos cuando sabemos
lo que se puede aprender.
V
Ni
vale nada el fruto
cogido sin sazón...
Ni aunque te elogie un bruto
ha de tener razón.
cogido sin sazón...
Ni aunque te elogie un bruto
ha de tener razón.
VI
De
lo que llaman los hombres
virtud, justicia y bondad,
una mitad es envidia,
y la otra, no es caridad.
virtud, justicia y bondad,
una mitad es envidia,
y la otra, no es caridad.
VII
Yo
he visto garras fieras en las pulidas manos;
conozco grajos mélicos y líricos marranos...
El más truhán se lleva la mano al corazón,
y el bruto más espeso se carga de razón.
conozco grajos mélicos y líricos marranos...
El más truhán se lleva la mano al corazón,
y el bruto más espeso se carga de razón.
VIII
En
preguntar lo que sabes
el tiempo no has de perder..
Y a preguntas sin respuesta
¿quién te podrá responder?
el tiempo no has de perder..
Y a preguntas sin respuesta
¿quién te podrá responder?
XIII
Es
el mejor de los buenos
quien sabe que en esta vida
todo es cuestión de medida:
un poco más, algo menos...
quien sabe que en esta vida
todo es cuestión de medida:
un poco más, algo menos...
XXVI
Poned
sobre los campos
un carbonero, un sabio y un poeta.
Veréis cómo el poeta admira y calla,
el sabio mira y piensa...
Seguramente, el carbonero busca
las moras o las setas.
Llevadlos al teatro
y sólo el carbonero no bosteza.
Quien prefiere lo vivo a lo pintado
es el hombre que piensa, canta o sueña.
El carbonero tiene
llena de fantasías la cabeza.
un carbonero, un sabio y un poeta.
Veréis cómo el poeta admira y calla,
el sabio mira y piensa...
Seguramente, el carbonero busca
las moras o las setas.
Llevadlos al teatro
y sólo el carbonero no bosteza.
Quien prefiere lo vivo a lo pintado
es el hombre que piensa, canta o sueña.
El carbonero tiene
llena de fantasías la cabeza.
XXIX
Caminante,
son tus huellas
el camino, y nada más;
caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante, no hay camino,
sino estelas en la mar.
el camino, y nada más;
caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante, no hay camino,
sino estelas en la mar.
XXX
El
que espera desespera,
dice la voz popular.
¡Qué verdad tan verdadera!
dice la voz popular.
¡Qué verdad tan verdadera!
La
verdad es lo que es,
y sigue siendo verdad
aunque se piense al revés.
y sigue siendo verdad
aunque se piense al revés.
XLI
Bueno
es saber que los vasos
nos sirven para beber;
lo malo es que no sabemos
para qué sirve la sed.
nos sirven para beber;
lo malo es que no sabemos
para qué sirve la sed.
XLIV
Todo
pasa y todo queda;
pero lo nuestro es pasar,
pasar haciendo caminos,
caminos sobre la mar.
pero lo nuestro es pasar,
pasar haciendo caminos,
caminos sobre la mar.
L
-Nuestro
español bosteza.
¿Es hambre? ¿Sueño? ¿Hastío?
Doctor, ¿tendrá el estómago vacío?
-El vacío es más bien en la cabeza.
¿Es hambre? ¿Sueño? ¿Hastío?
Doctor, ¿tendrá el estómago vacío?
-El vacío es más bien en la cabeza.
LIII
Ya
hay un español que quiere
vivir y a vivir empieza,
entre una España que muere
y otra España que bosteza.
Españolito que vienes
al mundo, te guarde Dios.
Una de las dos Españas
ha de helarte el corazón.
vivir y a vivir empieza,
entre una España que muere
y otra España que bosteza.
Españolito que vienes
al mundo, te guarde Dios.
Una de las dos Españas
ha de helarte el corazón.
*********************************
Poesía
de la
guerra
37
EL
CRIMEN FUE EN GRANADA. A FEDERICO GARCÍA LORCA
I
EL
CRIMEN
Se
le vio, caminando entre fusiles
por
una calle larga,
salir
al campo frío,
aún
con estrellas, de la madrugada.
Mataron
a Federico
cuando
la luz asomaba.
El
pelotón de verdugos
no
osó mirarle a la cara.
Todos
cerraron los ojos;
rezaron:
¡ni Dios te salva!
Muerto
cayó Federico
–sangre
en la frente y plomo en las entrañas–.
...
Que fue en Granada el crimen
sabed
–¡pobre Granada!–, ¡en su Granada!...
II
EL
POETA Y LA MUERTE
Se
le vio caminar solo con Ella,
sin
miedo a su guadaña.
–Ya
el sol en torre y torre; los martillos
en
yunque, yunque y yunque de las fraguas–.
Hablaba
Federico,
requebrando
a la Muerte. Ella escuchaba.
«Porque
ayer en mi verso, compañera,
sonaba
el eco de tus secas palmas,
y
diste el hielo a mi cantar, y el filo
a
mi tragedia de tu hoz de plata,
te
cantaré la carne que no tienes,
los
ojos que te faltan,
tus
cabellos que el viento sacudía,
los
rojos labios donde te besaban...
Hoy
como ayer, gitana, muerte mía,
qué
bien contigo a solas,
por
estos aires de Granada, ¡mi Granada!»
III
Se
les vio caminar...
Labrad,
amigos,
de
piedra y sueño, en el Alhambra,
un
túmulo al poeta,
sobre
una fuente donde llore el agua,
y
eternamente diga:
el
crimen fue en Granada, ¡en su Granada!
********************
38
LA
MUERTE
DEL
NIÑO
HERIDO
Otra
vez
en la
noche...
Es
el
martillo
de
la fiebre
en las
sienes
bien
vendadas
del
niño.
—Madre,
¡el
pájaro
amarillo!
¡las
mariposas
negras
y moradas!
—Duerme,
hijo
mío.
—Y la
manita
oprime
la
madre,
junto
al lecho.
—¡Oh,
flor
de
fuego!
¿quién
ha
de
helarte,
flor
de
sangre,
dime?
Hay
en la
pobre
alcoba
olor
de
espliego;
fuera,
la oronda
luna
que
blanquea
cúpula
y torre
a la ciudad
sombría.
Invisible
avión
moscardonea.
—¿Duermes,
oh
dulce
flor
de
sangre
mía?
El
cristal
del
balcón
repiquetea.
—¡Oh,
fría,
fría,
fría,
fría,
fría!
********************
39
De
mar a mar entre los dos la guerra,
más
honda que la mar. En mi parterre,
miro
a la mar que el horizonte cierra.
Tú,
asomada, Guiomar, a un finisterre,
miras
hacia otro mar, la mar de España
que
Camoens cantara, tenebrosa.
Acaso
a ti mi ausencia te acompaña.
A
mí me duele tu recuerdo, diosa.
La
guerra dio al amor el tajo fuerte.
Y
es la total angustia de la muerte,
con
la sombra infecunda de tu llama
y
la soñada miel de amor tardío,
y
la flor imposible de la rama
que
ha sentido del hacha el corte frío.
**********************************
40
Estos
días azules y este sol de la infancia.
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