La Guerra Civil y la posterior dictadura supusieron un tremendo mazazo para la cultura española y por tanto para la literatura. Lorca fue asesinado en 1936, al comienzo de la guerra. Muchos de sus compañeros de la Generación del 27 marcharon al exilio (Salinas, Guillén, Cernuda, Alberti, Prados y Altolaguirre), desde donde expresan en su lírica la nostalgia de España. También se exilia León Felipe, poeta de la Generación del 14, que expresa con una voz muy personal su dolor ante la guerra y el exilio en obras como El payaso de las bofetadas o Español del éxodo y del llanto. Dentro de la poesía del exilio podemos citar también a nuevos poetas que, con estilos muy diversos, tratan temas como la patria perdida, la crítica a la España franquista o la alabanza al país que los acoge.
Por otra parte, debemos citar al poeta Miguel Hernández (1910 - 1942), que empezó a publicar poco antes de la guerra, siguió haciéndolo durante la misma y escribió su última obra en la cárcel, donde murió en 1942. Su poesía se caracteriza por conjugar lo culto con lo popular, la inspiración con el trabajo riguroso, la emoción con la contención. Los temas centrales de su poesía son el amor, la vida, y la muerte. En su obra pueden distinguirse tres etapas:
Inicio: En esta primera etapa destaca Perito en lunas (1933), libro de influencia gongorina.
Plenitud: Destaca El rayo que no cesa (1936), obra escrita mayoritariamente en sonetos, y que contiene la famosa “Elejía a Ramón Sijé”, compuesta en tercetos encadenados.
Guerra y cárcel: Viento del pueblo (1937) y El hombre acecha (escrito en 1939, pero no publicada hasta 1981). Son obras de poesía social y cívica; en la última se ve el pesimismo por el horror de la guerra. Su última obra, escrita mayoritariamente en la cárcel, es el Cancionero y romancero de ausencias, neopopular en la forma y profundamente desgarrador en el fondo.
En la década de los 40 debemos hablar de dos tendencias que marcan la poesía española del momento:
Poesía arraigada, la que escriben los poetas que se sienten en armonía con el mundo y tienen una visión optimista de la realidad. Muchos son afectos al régimen y otros indiferentes a él. Se agrupan en torno a la revista “Garcilaso” (1943), por eso se les conoce con el nombre de garcilasistas. Recuperan las formas clásicas y la temática tradicional (religión, amor sereno y equilibrado, paisaje). Destacan autores como Luis Rosales (La casa encendida, 1949), Leopoldo Panero, Luis Felipe Vivanco, Dionisio Ridruejo (quien después dará un giro ideológico) o José García Nieto.
Poesía desarraigada, la que escriben los poetas que sienten que el mundo es “un caos y una angustia” (en palabras de Dámaso Alonso). Se agrupan en torno a la revista “Espadaña” (1944), que surge como respuesta a “Garcilaso''. Escriben una poesía existencial, en la que expresan la angustia por el paso del tiempo y por la muerte, la injusticia, el dolor por el sufrimiento humano… Es una poesía llena de desesperanza y de dudas, que interroga a Dios por el abandono en el que ha dejado al ser humano. El estilo será sencillo, directo, bronco a veces, pues les importa más el contenido que la forma. Dentro de esta tendencia hay que señalar la obra Hijos de la ira (1944), de Dámaso Alonso, así como los primeros libros de Gabriel Celaya y Blas de Otero. Además, destacan autores como Ángela Figuera, Victoriano Crémer, Vicente Gaos, Carlos Bousoño o Leopoldo de Luis.
Pero, además de estas dos tendencias (poesía arraigada y desarraigada), en los 40 hemos de destacar otras como las voces personales de los poetas José Hierro, José Mª Valverde, Carmen Conde o Gloria Fuertes; el grupo “Cántico” (agrupados en torno a la revista del mismo nombre) de Córdoba, influido por el 27, con una poesía sensual, intimista y refinada, que busca la perfección formal (destacan Pablo García Baena y Ricardo Molina); el Postismo, movimiento vanguardista de posguerra fundado por Carlos Edmundo de Ory, que reclama la libertad creativa y el carácter lúdico de la poesía; y el caso de Miguel Labordeta, que expresa su rebeldía en moldes surrealistas.
La década de los 50 es la década de la literatura social, comprometida. “La poesía es un arma cargada de futuro” es el título de un poema de Gabriel Celaya representativo de esta poesía, que toma partido y se solidariza con los que sufren. Se puede considerar como precursor a Vicente Aleixandre con Historia del corazón (1954). El poeta ya no se va a centrar en su intimidad, sino en los otros, en lo social. Los temas más importantes serán el tema de España, la injusticia social y el anhelo de libertad y de un mundo mejor. El estilo será sencillo, claro, coloquial (“A la inmensa mayoría” es el título de un poema de Blas de Otero: se pretende que la poesía llegue a todo el mundo, al pueblo, a los trabajadores). Los dos autores más importantes son Blas de Otero (poeta con un buen dominio del lenguaje literario y sus recursos, con obras como Pido la paz y la palabra o Que trata de España), y Gabriel Celaya (Cantos iberos). A ellos se les unen otros poetas desarraigados como Victoriano Crémer o Eugenio de Nora, así como el poeta José Hierro.
En la década de los 60 se supera la poesía social y se vuelve otra vez hacia lo íntimo. Se escribirá así una poesía de la experiencia personal, aunque inconformista y escéptica (se duda de la capacidad de la poesía para cambiar el mundo). Los temas tendrán en común lo cotidiano (el amor, la familia, la infancia…), analizado con humor e ironía. En cuanto al estilo, se caracteriza por un lenguaje personal, con un tono cálido y cordial, irónico muchas veces. No se cae en el patetismo de los poetas desarraigados ni en el prosaísmo en el que a veces incurre la poesía social. Destacan autores como Jaime Gil de Biedma, José Ángel Valente, J. M. Caballero Bonald, Félix Grande, Francisca Aguirre, José Agustín Goytisolo, Julia Uceda, Carlos Barral… Se les conoce como la “Generación de los 50”.
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