Este
poema pertenece a Gustavo Adolfo Bécquer, y se incluye en su obra “Rimas”,
título que agrupa la brevísima obra poética del autor. Bécquer es quizá el
máximo representante del Romanticismo español, si bien hay que incluir su obra
en el Posromanticismo (2ª mitad del siglo XIX), caracterizado por una mayor
sencillez en la expresión, tal y como puede apreciarse en este texto. Dentro de
las “Rimas”, este poema pertenece a la última parte, que agrupa poemas de tema
existencial.
El
tema del texto es la visión pesimista y desesperanzada de
la vida. El poeta se pregunta por su pasado y se responde que el camino que ha
recorrido hasta el momento presente está lleno de sufrimiento, y con el mismo
pesimismo ve el camino que le queda por recorrer, marcado por la tristeza y la
soledad.
Estamos
ante un texto lírico, en el que el autor expresa sus sentimientos en primera
persona (vengo, mi cuna, voy, mi tumba),
dirigiéndose no obstante a una segunda persona, el imaginario receptor que le
ha planteado los interrogantes.
El
poema está formado por dos estrofas de ocho versos, en las que se mezclan
versos endecasílabos (el 1º, el 3º y el 5º) y heptasílabos, con rima asonante
en los versos pares. Este tipo de composición (serie indefinida de
endecasílabos y heptasílabos con la rima del romance) se llama silva
arromanzada, aun cuando Bécquer divide la silva en dos estrofas de estructura
métrica idéntica. Este uso libre de la métrica es característico del
Romanticismo, debido al deseo de los autores de no someterse a ninguna norma
artística.
En
cuanto a la estructura interna, podemos señalar que el poema está organizado en
dos partes bien delimitadas, que se corresponden con cada una de las estrofas.
En la primera parte, el poeta se centra en el camino recorrido, lleno de
amargura, y en la segunda parte el poeta ve el futuro con la misma
desesperanza. Ambas partes se inician con una pregunta (¿De dónde vengo? y ¿Adónde
voy?) y terminan con una palabra clave, cuna
y tumba respectivamente.
Dentro
del plano fonético-fonológico, podemos destacar la aliteración de las vibrantes
simple y múltiple (horrible, áspero, senderos, roca dura) en los
primeros versos del poema, lo que da una sensación de aspereza, de falta de
suavidad, de dolor quizá, muy en consonancia con el contenido del poema.
Centrándonos
en el plano morfosintáctico, diremos que predominan los sustantivos (senderos, huellas, pies, roca, alma…) y
los adjetivos (horrible, áspero,
ensangrentados, dura, agudas…) sobre los verbos, pues en el poema apenas
hay acción y lo que el poeta hace es describir su pasado y su futuro. Algunos
de estos adjetivos son epítetos (roca
dura, zarzas agudas, eternas nieves, melancólicas brumas). Esta
adjetivación abundante es un rasgo propio del Romanticismo, y en este caso se
utiliza para definir el estado emocional del poeta, marcado por la soledad, el
dolor y la falta de esperanza en el futuro.
Por
lo que respecta a la sintaxis, es bastante sencilla, solo hay tres
subordinadas, una de relativo (que
conduce a mi cuna) y dos adverbiales de lugar (en donde esté…alguna; donde habite el olvido). La modalidad
oracional va de la interrogativa del principio de cada estrofa a la enunciativa
del final (te dirán el camino…; allí
estará mi tumba), pasando por la exhortativa (busca, cruza), secuencia que recoge primero la pregunta que le han
formulado al poeta (como parecen insinuar los puntos suspensivos del primer
verso), luego la exhortación al receptor para que indague (busca, cruza) y, por último,
la información sobre lo que se va a
encontrar (es decir, la respuesta a la pregunta inicial de cada estrofa).
Como
recursos del plano morfosintáctico, destaca, además de los epítetos ya citados,
el paralelismo en el comienzo de cada estrofa (los dos primeros versos), que
por una parte opone ambas partes del poema (vengo
/ voy) y por otra subraya de forma perfecta la estructura del poema en dos
partes.
En
cuanto al plano léxico-semántico, debemos señalar la presencia de sustantivos
pertenecientes al campo semántico de la naturaleza: sendero, roca, zarzas, páramos, valle, nieves, brumas, piedra. No
es la naturaleza idealizada del “locus amoenus”, sino una naturaleza fría y
áspera, que simboliza el sufrimiento profundo del poeta, sugerido también por
sustantivos como despojos o jirones. En la misma línea connotativa
están los adjetivos: horrible, áspero,
ensangrentados, dura, agudas, sombrío, triste… Es importante también
señalar el valor estructurador de las antítesis: la primera (vengo / voy) relaciona el inicio de
ambas partes, y la segunda (cuna / tumba)
pone en relación el final, situándose además ambas palabras como ejes visuales
del poema, al cerrar cada una de las dos estrofas. Finalmente, cabe citar la
personificación del olvido –una entidad abstracta- en el penúltimo verso,
olvido que será la única compañía que el poeta tenga a su muerte, lo que
subraya el intenso sentimiento de soledad que embarga al poeta.
Como
conclusión, podemos decir que este poema de Bécquer es representativo de su
etapa final (por el tono desesperanzado y pesimista), así como del movimiento
romántico, pues en él el autor expresa su intimidad y lo hace además
recurriendo a una naturaleza acorde con sus sentimientos y usando la métrica de
forma libre, lo cual es característico del afán de libertad en el arte de los
autores románticos. Por otra parte, la sencillez expresiva y el tono íntimo
hacen de este poema una muestra clara de la poesía posromántica, que influirá
notablemente en autores posteriores. Precisamente el penúltimo verso del poema
(Donde habite el olvido) da nombre a
un conocido poema (y a un libro) de Luis Cernuda, poeta del 27, también sevillano, que reconoce abiertamente
la influencia de Bécquer en su poesía.
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